Historias de campo: de peon a dueño

De peón a dueño: la historia del inmigrante que legó 33 estancias a 12 de sus herederos, incluido el popular Uki Deane

 

En la figura del estanciero Ramón Santamarina se encarna la historia de un país. La génesis de la Argentina “granero del mundo”, tierra de inagotables oportunidades. El hacendado llegó niño y huérfano, en 1840, y determinó su final ya anciano y rodeado de una inmensa familia en 1904.

En sus 77 años de vida, superó todo tipo de adversidades y construyó un imperio que lo colocó al final de sus días entre las 10 familias con más hectáreas de la provincia de Buenos Aires justo cuando el país rankeaba entre las grandes potencias del mundo.

Algunos historiadores estimaron su herencia en $ 12,5 millones de la época. En tierras, solo en la provincia de Buenos Aires, reunió 33 establecimientos con un total de 281.727 hectáreas. Una regla de tres simple rápida y conservadora permite tasar a valores actuales esos suelos, presumiendo que son totalmente ganaderos, en más de US$ 420 millones.

Ramón Santamarina no solo fue un prolífico empresario, también multiplicó su descendencia mediante dos matrimonios que le dieron 19 hijos, de los cuales 13 llegaron a la vida adulta. Excepto dos, José y Ángela, el resto de los hijos también engendraron y dieron vida a los Santamarina Gastañaga, Santamarina Terrero, Santamarina Acosta, Santamarina Alvear, Lezica Alvear Santamarina, Saguier Santamarina, Echagüe Santamarina, Avellaneda Santamarina, Pacheco Santamarina y Gándara Santamarina. Muchas de esas ramas familiares, integradas por más de 430 herederos en la quinta generación, aún conservan fracciones de las estancias que supo reunir el fundador en tan solo cuatro décadas, desde la primera compra en 1863.

Las estancias de Ramón Santamarina

En 1860 Ramón Santamarina formó su hogar casándose con Ángela Alduncín, una joven vasca nacida en Tolosa, cuya familia estaba radicada en Tandil. A la par que venían sus primeros hijos, fue adquiriendo sus primeros campos. Ya era dueño de varios solares en el pueblo, en la calle General Pinto, se levantaría el Palace Hotel; otro en la calle San Martín, después almacén El Aguila, y un lote en el que luego aparecería la tienda Los Vascos, reconstruye con lujo de detalles los primeros pasos de gran propietario Yúyu Guzmán, en su obra “Grandes Estancieros y Estancias del Tandil Antiguo”.

En 1863 Santamarina adquirió su primer campo, una fracción de 1575 hectáreas, a Facundo Piñero. Allí formó su primera estancia tandilense con el nombre “Dos Hermanos”. Algunos miembros de su descendencia creen que fue llamada de tal modo en homenaje a su hermana Dolores que se quedó en España. Otros, en cambio, creen que los “Dos Hermanos” serían sus pequeños hijos Ramón y José, ya nacidos al realizar la operación. Cualquiera sea el caso, ese establecimiento terminó en manos de los herederos de uno de sus más longevos descendientes: Antonio Santamarina Irasusta, fruto de su segundo matrimonio, con Ana Bautista Irasusta Alduncín, sobrina de su difunta primera esposa.

En la obra de Andrea Reguera titulada “Patrón de estancias, Ramón Santamarina: una biografía de fortuna y poder en La Pampa”, la autora recopila el momento de cada compra, con nombre, ubicación y extensión de cada uno de los establecimientos que acumuló este potentado en tan solo cuatro décadas.

Si bien, Santamarina hizo base en Tandil, entre los actuales partidos de Tres Arroyos y Laprida reunió la mayor cantidad de hectáreas. En el primero, sumó siete estancias con un total de 49.102 hectáreas a saber: Dos Anas (16.199), en 1873; San Jorge (13.023) y La Sarita (4049), en 1891; La Elena (2699), en 1892; La Laurita (5399), en 1895; Las Mercedes (5211), en 1898; y El Lucero con 2522 hectáreas, en 1900. A su vez, en Laprida, adquirió tres estancias: La Gloria (32.399), en 1871; Las Hermanas (10.799), en 1878; y Las Saladas (5399), en 1899. De ese modo, acumuló otras 48.597 hectáreas en ese partido.

Ramón Santamarina compró prácticamente una estancia por año a lo largo de sus últimos 40 años de vida. En la última década, lo hizo también a través de la sociedad que creó junto a sus hijos mayores, Ramón (h) y José, al que luego se sumó Enrique: “Santamarina e Hijos”. La casa de ramos generales y consignaciones fundada en 1890, y aún vigente, fue de algún modo la continuadora de la empresa de transporte en carretas y almacenes que supo administrar este inmigrante español en sus primeros años en la Argentina.

Volviendo a lo que fue su actuación como empresario de bienes raíces agropecuarios, Santamarina también sumó tres estancias en Necochea: San Alberto (15.622), en 1872; Arroyo Seco (6749) y El Carmen (12.747) en 1899. En Coronel Dorrego otras tres: Quequén Salado de 18.898 hectáreas y otros dos campos de 7424 y 6598 hectáreas, respectivamente, en 1900.

En Juárez, Sanamatina se hizo con cuatro estancias en la última década del Siglo XIX. La más importante por su extensión fue La Providencia con 10.870 hectáreas. Se sumaron San Ramón (3511), San José (8100) y La Elvira (5400).

En Tandil, él y su descendencia levantaron las más exquisitas residencias camperas, muchas de ellas aún en pie y linderas al tejido urbano, como Indiana, Montiel, Bella Vista y Maryland. En los hechos, las tres estancias que constituyó en ese partido fueron la ya mencionada Dos Hermanos, que mediante diversas compras, llegó a sumar 10.367 hectáreas. Los Ángeles, adquirida en 1869 con 11.555 hectáreas y La Claudina, sumada justo el año previo a su muerte, con 2366 hectáreas adicionales en ese mismo partido.

En Pehuajó, Sanamatina también sumó tres estancias: Curarú (9204), en 1900; Paysandú (5000) y La Anselma (5000), en 1903.

En Lamadrid, San Arturo aportó 8100 hectáreas al patrimonio familiar desde 1879. En el partido de Coronel Vidal, adquirió 19.204 hectáreas, en una única operación, concretada en 1900. Antes, había sumado otras 8099 hectáreas en Magdalena, bajo el título de María Teresa. En Carmen de Areco, compró La Elvira (4493) en 1901. Finalmente, en el sur profundo de la provincia, Santamarina se hizo de tres estancias idénticas de 2024 hectáreas cada una entre Bahía Blanca y Patagones.

Todas las tierras que Santamarina había adquirido para sí, bajo su propio nombre hasta 1890, y luego a través de su sociedad comercial en diversos partidos de la provincia de Buenos Aires y en otras provincias, fueron por compras hechas a particulares (174.056 hectáreas) y/o al Superior Gobierno de la Provincia de Buenos Aires (107.671 hectáreas). Según diversos historiadores, Santamarina compró tierras en un momento en que el Estado las transfería del dominio público al privado, pero también en un momento en que esas mismas tierras experimentaban continuos traspasos entre particulares. Es evidente que se trataba de tierras inseguras de frontera ya que en 1876 se registran los últimos malones indios. Es por eso los precios bajos que el Estado estaba traspasando a manos privadas, pero la fiebre expansiva de los años 1880 provocó aumentos especulativos en esos mismos valores debido al avance de la frontera, la incorporación de nuevas tierras al proceso productivo y al auge exportador de los productos agropecuarios sin descuidar la llegada progresiva del ferrocarril.

En su obra, Yuyú Guzmán también rescata que, en un momento, a Ramón Sanamatina le ofrecieron 112.000 hectáreas en Santiago del Estero y las compra. Sin embargo, todo ese imperio obligó al terrateniente a ir y venir entre los distintos establecimientos. Ya sin su presencia física en este plano, fueron 12 de sus 13 hijos adultos los que se repartieron junto a su última esposa las casi 150 leguas de tierra que llegó a reunir. Una de sus hijas, radicada desde joven en España, no obtuvo tierras.

El origen de la fortuna de Santamarina en la Argentina

El niño Ramón Joaquín Manuel Cesáreo Santamarina y Velcarcel había nacido el 25 de febrero de 1827 en Orense, Galicia, España. Su madre era doña Manuela Valcarcel y Pereyra, descendiente de una familia rica de la Villa de Monforte de Lemos, cerca de Lugo y su padre, José García Santamarina y Varela, oriundo del pueblo de Padrón en la región de Santiago, también de familia noble. Su abuelo, Joaquín Santamarina, había ejercido improtantes cargos oficiales como delegado de las rentas reales de Orense, como Caballero de la Real Orden de San Hermenegildo y Juez de la Villa de Vigo. Su abuela paterna había sido Teresa Varela Rubio y Saavedra. Entonces, cómo es que el hijo de está respetada familia española termina huérfano en la América del Sur es lo que se resume en los siguientes párrafos.

José Santamarina y Varela, su padre, era un militar de carrera y llegó a ser Gentil hombre de la Cámara y Capitán General de la Guardia de Corps del Rey Fernando VII, cargo honorífico para el que tenía ser noble por los cuatro costados para integrar esas filas reales, asegura Yúyu Guzmán en la obra ya mencionada. Sin embargo, tantos honores no impidieron la infidelidad y el derroche. La vida cortesana comprometió su carrera y la fortuna de su esposa, por lo que al verse arruinado, decidió suicidarse en 1833. Eso no es todo.

En una nota redactada hace más de medio siglo por Marcos Estrada se describe ese fatídico desenlace con lujos de detalles y que el propio Ramón vió con sus propios ojos. Después de pedirle perdón por sus faltas, José se disparó un tiro en la sien con una pistola y cayó muerto a los pies de este joven de tan solo seis años. Muy poco tiempo después moría de pena su madre y Ramón junto a su hermana Dolores pasan primero por el cuidado de diversos familiares hasta terminar en un asilo. Allí, un sacerdote identifica el potencial del joven y lo ayuda a escapar y embarcarse a la Argentina.

Ramón Sanamatina llegó al país en 1840 siendo un adolscente de 13 años que primero trabajó en el puerto para luego ocuparse de algunas tareas en un café en el Mercado Viejo. Lo cierto, es que siempre, según Marcos Estrada, en una plaza frente a ese café paraban las carretas que hacían la travesía por los desiertos del país y es posible que desde ese puesto el joven Ramón conociera a los carreteros que iban y venían de Buenos Aires al lejano Tandil. No sé sabe con exactitud la fecha en que el joven Ramón Santamarina llegó a Tandil, pero seguramente lo hizo en carreta entre 1842 y 1846. Pronto, se enroló en el trabajo rural como peón de José Ramón Gómez, en la estancia San Ciriaco, hasta que después de ponerse al corriente de los trabajos rurales, adquirió su primera carreta que se transformó en flota y devino, con los años, en casas de ramos generales y estancias.  

Uki Deane de Álzaga, el chozno más popular de Ramón Santamarina

Hay una casi absoluta certeza que cuando, en 1872, Ramón Santamarina adquirió 4 leguas cuadradas en la región conocida como “De la Tinta”, en el actual partido de Juárez, en las últimas estribaciones del sistema de Tandilia hacia el sur, jamás imaginó que sus dominios quedarían reflejados en una red social como Instagram, a través de la popularidad que alcanzó uno de sus choznos: Disque Dee Deane «III» más conocido como @ukideane

Tanto loma negra en Olavarría, como de la tinta en Juárez se refieren al tono más oscuro de algunos cerros que contienen cemento, la piedra de donde se obtiene este material de construcción. Ese campo que llegó a reunir alrededor de 10.000 hectáreas se llamó San José y lo heredó el hijo menor de Ramón llamado Jorge. Éste, nacido en 1891, se casó con María Elena Alvear, con quien tuvo dos hijos: Emilio Jorge y Helena Teresa, la abuela de Uki.

El casco de “San José” se levantó sobre suelo elevado y pedregoso al punto tal que se dice que para hacer la plantación tuvieron que abrir hoyos, para poner los árboles, con dinamita. También se dice que Alfredo Fortabat, otrora dueño de Loma Negra, era muy amigo de Jorge Santamarina y le insistía para que le vendiera la parte serrana de la estancia. El interés de Fortabat residía en que sabía que esas sierras de Barker tenían componentes de las canteras de calizas que se explotan para abastecer su industria cementera. Finalmente, Santamarina cedió y vendió un fragmento de la estancia que, hoy, de todos modos conserva unas 9770 hectáreas en manos de tres nietos de Jorge: Mónica, Marcelo y Helena de Álzaga Santamarina. La primera no es otra que la ex presentadora televisiva de la mano primero de Antonio Gasalla y luego con su propio magazine “Hielo y Limón”, Mónica de Álzaga, madre del también popular influencer y emprendedor Uki Deane.

De hecho, el propio influencer pasó parte de la cuarentena estricta por la pandemia del Covid-19 en está estancia bonaerense adquirida por quien fuera su tatarabuelo hace 150 años.