Presupuesto 2022, una fantasía sin el acuerdo con el FMI

La delegación argentina sigue negociando con los técnicos del FMI un potencial acuerdo sobre bases que en la Argentina se desconocen. No interesan los berrinches contra el Fondo Monetario. Cuando la plata no alcanza, no alcanza. No importa quién sea el responsable. Y seguramente el oganismo pedirá un ajuste que entre otros recaerá, con la certeza de la historia reciente, sobre quienes cobran jubilaciones y pensiones, el grupo social con menos peso electoral y sin capacidad de movilización.

Mientras esto sucede, y el país se entera de que hay otros juicios por pagar so pena de embargos diversos (serían unos US$ 660 millones de tenedores de bonos que no entraron a ningún acuerdo), el ministro Martín Guzmán presentará el lunes al Congreso su proyecto de Presupuesto 2022, una ley presentada en setiembre y que ahora el oficialismo espera sacar sin mayores roces. Será, como ha sucedido en reiteradas oportunidaes, un mero ejercicio sin mayores compromisos. Pero, en esta oportunidad, la incongruencia o inutilidad del proyecto, será mucho, pero mucho mayor.

La razón que todos adivinan es muy simple: el acuerdo con el Fondo Monetario.

Todas las proyecciones no tienen mayor importancia porque falta saber qué es lo que se podría acordar con el oganismo. Sobre todo en temas centrales como: inflación, dólar, déficit, política monetaria, tasas, subsidios, recaudación, entre otros. Osea, en la política económica en su conjunto.

Por ejemplo, los números de Guzmán hablan de una inflación para 2022 en torno al 33%; sin embargo, incluso sin acuerdo con el FMI, dificilmente baje del 50%. Y sería mayor de sincerar tarifas o devaluar más rápido el peso, como pretendería el organismo internacional (en este caso, los valores oscilan entre un 60/80%). O el crecimiento estimado en el 4%, que con alegría llegaría al 2/2,5% el año próximo siempre que el ajuste en el gasto público que seguramente exigirá el Fondo, lo permita.

Suena muy arduo y estéril promover los grandes números de un país (de eso se trata precisamente el Presupuesto) sin conocer, antes, las cifras que se comprometen con el principal acreedor. Todo suena, en verdad, al cumplimiento de una obligación formal que nadie se toma muy en serio, porque todos saben que no compromete a nada ni nadie.

Todas las discusiones en la Comisiones y en las Cámaras tendrán el áspero sabor de lo inútil. Juan González, el principal asesor del presidente Joe Biden para la región, pidió un acuerdo «sólido» entre la Argentina y el Fondo y agregó que para Estados Unidos hay una «oportunidad» de traer al país «de vuelta al sistema financiero». En realidad, no interesa el sube y baja de bonos y acciones o el nivel del riesgo país. Sólo importa cómo podría hacer la Argentina para pagar sus deudas, al precio de tomar nuevas deudas, casi con seguridad.

Por otra parte, el propio presidente Alberto Fernández aseguró hace menos de un mes, el domingo de la derrota, que el gobierno elevará «un presupuesto plurianual». Nadie sabe de qué se trata y, colmo de las parádojas, si alguien pregunta en Economía como viene «el plurianual», en el mejor de los casos ponen cara de circunstancia como si fuera algo serio y responden algo así como «lo vemos con el Fondo».

O sea, el único Presupuesto que realmente puede tener algún atisbo de cumplimiento es lo que se firme, de una u otra manera, con el Fondo. Que, además, debe pasar por el Congreso para obtener consenso político. Como pidieron un grupo de importantes empresarios locales.

Lo que no parece tan relevante, en este contexto, es lograr consensos políticos para impedir que la economía siga expulsando argentinos de la normalidad de un empleo formal, vivienda, educación salud y futuro para sus hijos y condenando a millones de argentinos a la pobreza sin esperanzas de superar los mínimos umbrales de la supervivencia. Los últimos números del Observatorio de la Deuda Social de la UCA indican un país de un futuro inviable. Un país que tiene que pensarse en décadas de crecimiento para alcanzar, miserablemente, los niveles de mediados de los 2000. Pero, debería saberse, esa es tarea de la política.